La fotografía tiene esa gracia de separar lo esencial del todo.
En ese afán artesano de esperar el momento oportuno todo lo demás se opaca, desaparece.
Los ojos, el instinto y el corazón palpitan al ritmo no programado del ave en procura de encontrar la mejor y efímera composición.
Luego que logras aproximarte a lo pretendido o de conformarte con «lo mejor que se pudo» miras allí y te maravillas que con una simple insinuación de la primavera y la radiografía de un aleteo fugaz hayas encontrado un inmenso momento de felicidad.
Entonces se entiende la grandeza de lo simple.
El plan de vuelo de nuestras vidas es eso: simple. Tanto así que nuestro complejo mundo no acepta esa simplicidad.
Somos pasajeros de ida con la misión de llenar el camino con actos de amor y bondad, gozando y admirando el regalo gratuito de la creación.
Todo lo demás es tiempo perdido, prescindible equipaje de sobrepeso